La portentosa vida de la Muerte es una pequeña novela[1] pía[2] concebida en los oscuros y húmedos claustros[3] monásticos del Centro de Propaganda Fide de los franciscanos de Zacatecas (Nueva Galicia) en el año 1792. Esto no significa, sin embargo, que haya heredado la fría sobriedad de su cuna de nacimiento. De hecho, todo lo contrario. Esta obrilla barroca se desluce en ironías y sátiras, creando un magnífico universo burlesco en el cual la Muerte es reina sin par.
El autor, fray Joaquín Hermenegildo Bolaños, nos advierte desde el principio que esta su protagonista es una “majestad ridícula” cuyas aventuras místicas –no olvidemos que, finalmente, es la Muerte– y a la vez grotescas seguiremos con avidez a través de los cuarenta capítulos que componen esta fúnebre aventura. Así, el lector puede seguir las tribulaciones de este entrañable personaje desde su nacimiento en el paraíso hasta su muerte (pues todos debemos morir algún día), sin olvidar sus amores, sus penas y sus discusiones con uno que otro teólogo. Por si fuera poco, este portento “erudit[o] y textualmente complicad[o]”[4] está acompañado de 18 magníficos grabados burilados que ilustran los meandros de la vida de nuestra ya bastante conocida Muerte.
Sin embargo, la pobre Portentosa vida de la Muerte no cosechó –a pesar de su exquisitez– los éxitos que se supondrían y, en realidad, tuvo que afrontar el vilipendio y la repulsa de sus contemporáneos a tal punto que fue “despreciada por anticuada y no leída por aburrida” (!),[5] siendo que –y permítaseme esta acotación– no es ni anticuada ni aburrida. Lo que sí es cierto es que este barroquismo trasnochado mal podría haberse leído en los años previos a las independencias y que, por tratarse de un autor con sotana, era algo sospechoso desde sus orígenes. En resumen, esta Muerte, a la vez monstruo, portento, ostento y prodigio,[6] fue considerada simplemente de mal gusto frente al racionalismo naciente.
Como es de imaginar, no tardó en desatarse una aguerrida polémica –teológica– contra este libro durante los años 1792 y 1793. A parte de los detalles muy técnicos que se disputan en esta contienda (por ejemplo, si la Muerte avisa antes de llegar), se acusa abiertamente al autor de varias faltas que habrían escandalizado a más de uno: “el manejo de un lenguaje equívoco que provoca ambigüedades y confusiones, la creación de neologismos inadecuados, las interpretaciones arbitrarias, la mezcla de lo diverso y el exceso de imaginación”,[7] una lista que más suena a invitación aunque, como lector, signifique pecar –en el sentido literal de la palabra– por falta de buen gusto.[8]
José Antonio de Alzate, concienzudo sacerdote y respetado polímata, ironizó profusamente sobre este peculiar texto hasta declarar con bastante maldad que nuestro libro en cuestión “parece que se concibió bajo el polo y es capaz de helar en primavera al erudito que la hojease”.[9] Discrepemos con la eminencia y elogiemos esta hermosa, peregrina y edificante obra que servirá a todos aquellos curiosos que se quieran iniciar en el misterioso, delicado y no menos jocoso arte de morir. Celebremos entonces a nuestra “majestad ridícula”.
[1] Por su diestra escritura y por su encantador humor, este texto es considerado una de las primeras novelas (aunque no en una definición strictu sensu) en suelo americano.
[2] La “literatura pía y edificante, tan abundosa en el ámbito novohispano por su finalidad esencialmente doctrinal y pragmática”. José Pascual Buxó (ed.), Permanencia y destino de la literatura novohispana: Historia y crítica, México, UNAM, 2006, p.21-22.
[3] Asumimos que son oscuros y húmedos, sin embargo no tenemos ninguna prueba contundente que demuestre que este fue el escenario.
[4] María Ángeles Vásquez, “La portentosa vida de la muerte de fray Joaquín Bolaños”, Centro Virtual Cervantes, recuperado de: "http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/octubre_08/01102008_02.asp "
[5] María Isabel Terán, Los recursos de la persuasión, Michoacán, Colegio de Michoacán, 1997.
[6] No sé si La portentosa vida de la muerte pueda entrar en los tratados de teratología pero sí que tiene un parentesco con San Isidoro de Sevilla. Para el santo, la aparición del portento tiene un significado futuro (mientras que el monstruo, como su etimología lo indica, muestra en un tiempo presente). Sin embargo, la diferencia entre los cuatro términos isidorianos es delicada y, de hecho, Juan Luis Vives discute sobre sus definiciones. De los seres portentosos, subraya por ejemplo Vives, “decimos que son contra las leyes naturales, pero realmente no lo son”, Los comentarios de Juan Luis Vives a la Ciudad de Dios, libro XXI, capítulo VIII.
[7] María Isabel Terán, Orígenes de la crítica literaria en México: La polémica entre Alzate y Larrañaga, Michoacán, Colegio de Michoacán, 2001, p. 155.
[8] Lo contrario del buen gusto sería llamado, en la época, “gusto estragado” (i.e. viciado).
[9] María Isabel Terán, Orígenes de la crítica literaria…, p. 157. La autora repasa una fascinante polémica satírica mexicana en los últimos años coloniales a través de un manuscrito apologético encontrado en alguna biblioteca de Zacatecas.